Eduardo A. Saldivia
Movilidad urbana en jaque
Sin darnos cuenta, el automóvil se ha vuelto predominante por sobre los peatones. Todas las calles van generando una malla, una red vial, mientras que las veredas se interrumpen a cada cuadra, y apenas demarcan su continuidad unas líneas blancas y punteadas, pintadas en las calles, siempre -claro- sin molestar a los autos.
Nuevas propuestas urbanas proponen revisar el usuario para el que está diseñado nuestro espacio público.
Podríamos empezar a imaginar ciudades donde la vereda continúe, cruce la calle, y siga en la otra cuadra, de manera que el peatón no perciba el corte de su paso con cordones y cunetas, como en el paso de cebra. Que la incomodidad de pasar por una bocacalle sea para los autos y no para las personas.
En un futuro, veredas más anchas también nos permitirán mayores canteros, superficies absorbentes y verdes donde hoy estacionan los autos. El vivero municipal y los frentistas coordinadamente podrían avanzar con el Plan Forestal Urbano que tiene nuestra capital.
Los especialistas en salud aconsejaron evitar el transporte público durante la pandemia y así lo ratificó el presidente Fernández en rueda de prensa, cuando afirmó que “tendremos que ver cómo volver al trabajo poco a poco, porque el mayor canal de transmisión es el servicio de transporte público”.
Hay una superioridad desequilibrada donde los ciudadanos están en desventaja frente a los autos particulares y deben respetarlos. Desde ahora, la salud de todos nos pide que el auto empiece a sentir que juega de visitante en la cancha de las personas de a pie o en bicicleta.
El coronavirus -y cualquier enfermedad que pueda venir- nos hace ver que necesitamos que los ciudadanos puedan ganar la vía pública, con calles cerradas al tránsito vehicular, para que las personas puedan desplazarse de un lado a otro manteniendo la distancia social recomendada en estas nuevas temporarias calles peatonales.
En ciudades como Bogotá, Nueva York, y Wuhan han multiplicado el uso de la bicicleta implementando ciclovías temporales para evitar -en la medida de lo posible- el contacto entre personas.
Tenemos que poder volver a ocupar los parques y plazas, siempre y cuando se respeten las distancias. Este fin de semana -por ejemplo- pudo verse en Nueva York (donde inexplicablemente la cuarentena no es obligatoria) cómo un drone con un altavoz iba patrullando la costanera del río Hudson y si veía a alguien muy próximo con otro ciudadano, el aparato volador se acercaba y les recordaba que por favor se mantengan a dos metros uno del otro.
Por todo esto, es necesario que se haga más evidente que las protagonistas de la ciudad son las personas y el auto es un intruso que tiene que pedir permiso cortésmente, con paciencia y quien realmente tiene que estar muy agradecido de poder pasar.
Es fundamental avanzar en la descentralización. Cada vecino necesita poder hacer sus trámites, sus compras, ir al médico, y poder trabajar sin alejarse a más de 25 cuadras de su casa, una distancia que podrá cubrir caminando o en bicicleta, concretamente: sin necesidad de usar transporte público.
La gestión comunal local propuso descentralizar la ciudad creando puntos donde estuvieran presentes Rentas, Emsa, Samsa, una oficina municipal, un cajero automático y una sucursal del correo. Sería muy bueno que la Municipalidad los tenga funcionando antes de que termine la cuarentena. Organizar y empoderar los barrios descongestionaría el centro, los vecinos podrían ocuparse de sus trámites sin alejarse de sus hogares. La autogestión del microterritorio es el futuro de las comunas.
Por otro lado, es muy necesario apuntalar el trabajo a distancia, para que muchos puedan seguir atendiendo sus compromisos. En este sentido, el camino correcto es el comenzado por el gobierno provincial y las acciones de promoción que lleva a los misioneros junto a la empresa misionera de telecomunicaciones Marandú. Es importante consolidar y ampliar este tipo de iniciativas que fomenten y ayuden al trabajo desde casa. Más adelante habría que atender que esa modalidad de trabajo no caiga en mayor informalidad, algo que hoy es un problema global.
Repito lo que escribió el director del diario, Gonzalo Peltzer, en su columna del domingo: “Debemos disponernos a enfrentar lo imprevisto. Entrenarnos en el cambio y sobre todo en la velocidad para adaptarnos al cambio. Abrir bien la cabeza. Leer a los clásicos. Ampliar horizontes y volver a las fuentes”.
Esta nueva realidad pone a prueba la resiliencia de las ciudades y no debemos dejar de ser optimistas.
La crisis puede ser el punto de quiebre para un cambio positivo de nuestra sociedad.
